Hace muchísimos años, los efectos de la humanidad sobre su entorno eran pocos y localizados. La capacidad de animales y plantas para regenerarse, era más fácil frente a las actividades de caza y recolección. Pero el crecimiento exponencial de la población humana, ha modificado esta situación hasta el punto de que los ecosistemas ya no pueden recuperarse. ¿Por qué debemos preocuparnos por la biodiversidad? ¿Es tan importante?
¿Para qué sirven las avispas?, por ejemplo –nos preguntaremos-. El término común «avispa», engloba unas 25.000 especies. Llamamos avispas a un conjunto de animales de diferentes tamaños, que van desde las diminutas Anagrus sophiae, con pequeñas alas plumosas de un cuarto de milímetro de envergadura, hasta las gigantescas cazadoras de arañas del género Hemipepsis, cuyo cuerpo mide casi siete centímetros. Las avispas en cuestión a las que normalmente nos referimos, son avispas sociales o comunes de la familia Vespidae, que construyen nidos de papel para criar. Muchas especies son conocidas por sus característicos colores amarillo y negro, y algunas de las más grandes, reciben el nombre de avispones. En total, existen aproximadamente 4000 especies descritas de avispas sociales, y todas ellas actúan más o menos del mismo modo: las avispas estériles capturan insectos, los matan y transportan las mejores partes al nido, donde las mastican para alimentar a las larvas de la reina reproductora de la colonia. Cuando las larvas alcanzan la fase adulta, también se convierten en cazadoras y constructoras de nidos. ¿Con qué objetivo? Con el de criar más avispas. Las avispas realizan un trabajo muy útil, ya que liberan de plagas nuestros huertos y jardines. Las ocasionales picaduras causadas por las avispas obreras, ¿no son entonces, desde este punto de vista, un pequeño tributo por su trabajo?
Podemos preguntarnos si realmente nuestro planeta necesita 4000 especies de avispas para funcionar adecuadamente, ¿qué ocurriría si perdiéramos algunas? Podría argumentarse que como todas las avispas ayudan a controlar la cantidad de otros insectos, todas ellas son igualmente necesarias. De manera que, ¿existen insectos cuya desaparición beneficiaría al mundo? ¿los mosquitos, por ejemplo? Las hembras de especies que se alimentan de sangre, transmiten enfermedades como la fiebre amarilla, filariasis, encefalitis y la que causa más muertes en el mundo, la malaria, que es responsable de una muerte cada 12 segundos, aproximadamente. Pero los mosquitos y sus larvas son parte fundamental de la cadena alimentaria, que sustenta a incontables aves, peces y otras especies, por lo que su desaparición, tendría efectos imprevisibles.
Lo cierto es que las relaciones entre los seres vivos son extremadamente complejas, por lo que sólo podemos intuir vagamente las consecuencias de la desaparición de alguna especie. Alguna podría extinguirse y no apreciaríamos signos evidentes en su hábitat, pero la pérdida de otra especie, podría provocar el colapso de un ecosistema completo, como si se tratara del «efecto dominó».
La desaparición de la paloma migratoria, que hace tiempo formaba en América bandadas que «oscurecían el cielo», debe haber tenido graves consecuencias para sus predadores naturales, pero como sus relaciones ecológicas no fueron estudiadas, nunca podremos saberlo. Fue considerada una plaga para las cosechas, y cazada hasta su extinción en 1914. Más recientemente, la desaparición local de la nutria marina en California (Estados Unidos), ha tenido efectos desastrosos en el ecosistema en el que vive. Entre otras cosas, las nutrias comen erizos de mar. Al descender el número de nutrias, aumentó la población de erizos de mar, que destruyen las praderas submarinas de algas. De este modo, junto con las algas, desparecieron del hábitat otras numerosas especies. Por este motivo, se considera a las nutrias una especie «clave», imprescindible para la supervivencia de toda la comunidad.
Nos hemos beneficiado enormemente de los productos naturales, y hemos recolectado o cridado muchas especies para obtener alimento y medicinas. Pero son innumerables las que todavía no han sido catalogadas, y algunas que hemos explotado desde hace siglos como alimento, todavía desconocemos si pueden tener otros usos. La desaparición de especies hace disminuir la cantidad de principios medicinales y otros productos que podrían sernos útiles en el futuro. Por ejemplo, los científicos están comenzando a obtener buenos resultados terapéuticos para el tratamiento de dolencias tan dispares como el acné, la artritis o el cáncer, a partir de varias especies de tiburón. Pero están siendo conducidos a la extinción, debido a su captura para elaborar sopa. Los argumentos utilitaristas aparecen siempre, pero si se consideran a corto plazo, se imponen sobre las teorías que promueven la conservación.
Mucha gente piensa que el motivo para preservar la biodiversidad no reside tanto en el valor que podamos extraer, sino en el mero hecho de su existencia. Estas personas piensan que cada especie debe respetarse porque es el resultado de millones de años de evolución. Argumentan que debemos «preservar la tierra» para las generaciones futuras, pero desgraciadamente forman una reducida minoría, y muchas de las personas que lamentan la pérdida de la diversidad, no dedican demasiado tiempo a valorar qué significa realmente la desaparición de la misma. ¿Cuántos de nosotros, por ejemplo, tenemos muebles de teca en el jardín? La teca es una madera dura, muy resistente e ideal para muebles de exterior. ¿Sabemos de dónde procede? De los bosques tropicales.
Si actualmente compramos un mueble de teca, es dudoso que proceda de una producción sostenible; lo más probable es que provenga de las selvas del trópico, cuya desaparición es una de las principales causas de extinción de especies. Existen materiales alternativos entre los que elegir, pero muchas personas no son conscientes de qué implica su compra y a muchas otras, ni tan siquiera les preocupa. No obstante, para la mayor parte de la población mundial, preocuparse es un lujo. Alimentarse, tanto ellos como sus familias, supone una ardua tarea.
Además del valor comercial que puedan tener los árboles, existen otros mercados lucrativos. La tierra se destina al cultivo de soja y a otros productos comerciales. Por ejemplo, la actual demanda de aceite de palma, que se encuentra en casi una décima parte de todos los productos del supermercado, está provocando la conversión de los bosques tropicales en plantaciones, y provocando la extinción de incontables especies. Y la población humana sigue creciendo sin parar.
En última instancia, el aumento de la población humana y el creciente consumo, impulsan la degradación ambiental en todos sus aspectos. La necesidad de más tierras para uso agrícola y urbano, conduce a la reducción de la diversidad biológica y a la sobreexplotación de los recursos naturales. Los humanos modernos aparecieron hace sólo unos cientos de miles de años, y han logrado dominar el planeta. En este breve periodo de tiempo, nuestra especie se ha extendido y multiplicado al ser capaz de transformar el entorno en beneficio propio. También hemos comenzado a describir y comprender la tierra, su génesis y la del universo, de la que forma parte. Entendemos el origen de las especies y su importancia para nuestra supervivencia. Sabemos que el equilibrio natural es delicado, y podemos prever las consecuencias, a menudo desastrosas de nuestras acciones, las ambientales y otras. La introducción accidental de la avispa común (amiga de los jardineros) en Australia y Nueva Zelanda, donde la especie no tenía predadores naturales, causó daños entre las especies nativas.
¿Importa si desaparece una sola especie de avispa, o de loro, o de oso panda? Quizá no, pero, son muchos los científicos que están cada vez más convencidos de que no menos del 25% o incluso el 50% de todas las especies, pueden llegar a desaparecer durante los próximos 100 años si las cosas continúan como hasta ahora. Pérdidas de esa magnitud, supondrían un desastre en sí mismo de incalculables e imprevisibles consecuencias para la humanidad.
La especie humana es capaz de cosas extraordinarias, pero queda por ver si puede controlar su propia presencia para mantener la diversidad biológica que nos mantiene.
NATURALEZA DE LA EXTINCIÓN
El registro fósil es como una máquina del tiempo, que nos permite observar la vida en el pasado remoto. Muestra qué especies existían como tales, cuáles vivieron al mismo tiempo y cómo evolucionaron. Revela también la disminución de especies mientras luchaban por su supervivencia, hasta que murieron definitivamente y se extinguieron.
En la actualidad, la extinción es un hecho establecido científicamente, pero hace tan sólo 300 años, la simple idea era inimaginable. En esa época, se aceptaba casi universalmente que las especies habían sido divinamente creadas por separado, y que cada una había formado siempre parte de la vida en la tierra. Pero en el siglo XVIII –con la ayuda de fósiles y otras evidencias-, naturalistas como Linneo, Lamarck y Darwin, comenzaron a revelar la verdad sobre la evolución de la extinción.
Charles Darwin finalmente convenció al estamento científico de que las especies evolucionaban de acuerdo con un proceso que denominó «selección natural». Darwin estaba seguro de que la evolución y la extinción trabajaban despacio pero regularmente, una idea que confirman los registros fósiles. Pero los fósiles también revelan otros aspectos más traumáticos de este proceso. A intervalos irregulares, la biodiversidad de la tierra resulta diezmada durante extinciones masivas. Después de cada uno de estos sucesos catastróficos, la vida puede tardar millones de años en recuperarse por completo.
Para muchas personas el término extinción es negativo. Pero la extinción es un proceso natural, y ha venido sucediendo desde el comienzo de la vida en el planeta. Paradójicamente, ha contribuido a crear la abundante biodiversidad de especies vivas que existen.
Hasta el siglo XVIII, durante el periodo de la Ilustración, no se comenzó a percibir que las especies podían cambiar con el tiempo. Los registros fósiles ofrecían las evidencias más importantes, especialmente cuando mostraban el desarrollo gradual de características fundamentales, como mandíbulas y extremidades. A mediados del siglo XIX, fue formulada definitivamente la teoría de la evolución, el concepto que centra la biología moderna.
Esta teoría está formada en realidad por dos propuestas distintas, estrechamente unidas. La primera es que las especies pueden cambiar y lo hacen; idea propuesta por el naturalista francés Jean-Baptiste Chevalier de Lamarck (1744-1829) en su Philosophie Zoologique de 1809. El mecanismo que Lamarck proponía era incorrecto, pero su trabajo fue un acontecimiento en su tiempo.
La segunda propuesta se relaciona con la causa de este cambio. Conocido como selección natural, fue descubierto de manera independiente por dos naturalistas británicos: Charles Darwin (1809-1882) y Alfred Russel Wallace (1823-1913). Ambos habían leído Primer ensayo sobre la población, que había escrito en 1798 el economista Thomas Malthus (1766-1834). Si bien Malthus se refería inicialmente al género humano, Darwin y Wallace se dieron cuenta de la importancia que tenía aplicado a todos los seres vivos.
En su ensayo, Malthus argumentaba que todas las especies pueden reproducirse rápidamente hasta superar los recursos disponibles. Cuando su número se incrementa, los recursos decrecen, estableciéndose entre los individuos una competición por sobrevivir.
Darwin y Wallace pudieron observar este acontecimiento en el mundo natural, y estimaron que si la tierra hubiera cambiado continuamente, las especies debieron haberlo hecho también. Estos cambios afectarían a los individuos, y debido a las adaptaciones hereditarias, se transmitirían a la siguiente generación. Las adaptaciones útiles ayudan a los individuos a reproducirse satisfactoriamente, y de este modo predominan. Las variantes fallidas, son «eliminadas» por la selección natural, en la lucha diaria por la supervivencia. Como resultado, el equilibrio entre variaciones graduales cambia, provocando la aparición de nuevas especies.
Darwin y Wallace estimaron que la diversidad biológica, era el resultado de la selección natural que se había producido durante inmensos periodos de tiempo. Las especies que no pueden hacer cambio a los frentes, mueren, en otras palabras, se extinguen. Evolución y extinción son dos caras de la misma moneda, y ambos procesos han estado actuando en la tierra desde la aparición de la vida, hace unos 3800 millones de años.
Las antiguas arquebacterias (organismos microscópicos, considerados como la forma más antigua de vida), dieron paso, hace 2500 millones de años, a las cianobacterias. A diferencia de sus predecesoras, las cianobacterias producían oxígeno. Este oxígeno preparó el terreno para la vida animal, ya que los animales utilizan este gas para obtener la energía que precisan. Mucho más tarde, el mundo fue dominado por los dinosaurios, las mayores criaturas que hayan caminado sobre la tierra. Cuando éstos se extinguieron, los mamíferos evolucionaron y diversificaron, ocupando su lugar. De los mamíferos surgió el primer ser autoconsciente: el ser humano. En el sentido más real, existimos sólo porque otras especies anteriores se extinguieron.
El registro fósil aportó las pruebas para respaldar la teoría de Darwin, pero el ciclo de evolución y extinción, no es siempre tan gradual como éste suponía. Las extinciones se producen en diferente medida. También pueden ocurrir a diferente escala (local, regional y global), y la cantidad de especies a las que afecta, influye, sin duda, en la supervivencia del resto.