Artículos

«Lunáticos muy especiales»

Fuente: Revista Pelo Pico Pata – Nº 36

En algunas regiones de las vastas praderas de América del norte, millares de cráteres nos recuerdan un paisaje lunar. Tienen unos dos metros de diámetro, cincuenta centímetros de profundidad y se encuentran situados a unos diez metros entre sí. El paseante que distraído se avecina a caminar por la zona, ve con asombro cómo unos diminutos animalitos ladran con rabia a su paso.

Si guiado por la curiosidad les presta atención o trata de observarlos de cerca, el escandaloso ladrador desaparece de un brinco por el agujero para reaparecer unos segundos más tarde en el siguiente cráter situado unos metros más adelante, donde redobla sus ladridos con mayor furia si cabe. Ese reino encantado y lunar es la ciudad subterránea de los perritos de las praderas.

Su nombre popular, perrito de las praderas, le fue impuesto en el siglo XIX, cuando las caravanas de colonos, los vaqueros, sheriffs y bandidos iniciaron la conquista del lejano oeste (far west) y observaron cómo miles de estos animalitos ladraban furiosos a su paso. Y es que el perrito de la pradera se caracteriza por el peculiar sonido que produce, muy parecido al ladrido de un verdadero cachorro de perro.

En 1894, el mayor Edgar A. Mearns, encargado por el Congreso de los Estados Unidos de demarcar la frontera con México, estableció su campamento en una extensa llanura a los pies de la Sierra de San Luís. La zona estaba poblada por abundantes lobos, osos negros, pecaríes y venados, pero lo que llamó realmente su atención fue una inmensa colonia de perritos de las praderas que se extendía por cientos de kilómetros y albergaba varios millones de ejemplares, un espectáculo que nunca pudo olvidar.  Edgar A. Mearns, además de militar, fue un prestigioso ornitólogo y naturalista, que dejó escrito en su cuaderno de campo: “a medida que nos adentramos en la región, durante kilómetros, las madrigueras de estos animales inundan las praderas… Y a medida que pasábamos, sus ladridos eran incesantes y su docilidad sorprendente”. En la actualidad, los lobos y los osos pardos han desaparecido de la comarca, los perritos de la pradera siguen estando en mucho menor número, amenazados por multitud de factores. Estudios realizados muchos años más tarde, estiman que aquella colonia pudo albergar unos 400 millones de individuos. Cincuenta años más tarde, su población se había reducido en un 98% y en 1980, la colonia había sido completamente exterminada.

LISTO, GUAPO Y REGORDETE

Nuestro protagonista es un animalito regordete que nunca supera el kilo y medio de peso, capaz de mantenerse erecto para vigilar cuanto acontece a su alrededor y cubierto de un pelo corto, suave, marrón con excepción de la colita, que es negra. Muy sociable, forma familias constituidas por 1 macho y de 3 a 6 hembras con sus cachorros, que a su vez se agrupan en colonias que pueden superar los 100 individuos.

La madriguera de los perritos de las praderas tiene una boca de 20 cm de diámetro y los túneles miden hasta 30 metros de largo y 5 metros de profundidad, creando un elaborado laberinto con numerosas cámaras que emplean para distintos fines: despensa, letrinas, dormitorios. La tierra que extraen de los túneles, la depositan en torno a la boca de la madriguera, formando montículos cónicos que le dan a la pradera el aspecto de paisaje lunar y que emplean como punto elevado de observación para vigilar la presencia de depredadores, y en la temporada de lluvias, como muro contenedor que impide que las aguas inunden su ciudad.

Para un observador ajeno a su conducta, en la ciudad de los perritos de las praderas parece reinar un desorden total, todos chillan, juegan y corretean a la vez, pero no es cierto. Un orden social muy estricto marca las atareadas idas y venidas de cada miembro de la colonia. La inmensa ciudad subterránea de los perritos de las praderas está dividida en barrios habitados por tres o cuatro familias no emparentadas. Cada barrio está delimitado por las señales olfativas que estos roedores emplean para marcar sus fronteras, de modo que los habitantes de un barrio, se abstienen de penetrar en el de sus vecinos.

El orden en cada barrio es mantenido por un macho viejo, hábil luchador, que a modo de alcalde o jefe de policía, controla cuanto acontece en su territorio. La población de los barrios varía mucho, pero por norma la forman el jefe, hasta seis hembras, y una tropa de treinta a cincuenta jovencitos nacidos ese año o el anterior, pues a partir de los dos años se independizan para formar su propia familia. Estos grupos familiares tienen una conducta territorial muy agresiva hacia sus vecinos, y los machos se mantienen en alerta constante para evitar que otros machos entren a su territorio.

UNA INFANCIA FELIZ

Cuando cumple 20 días de vida, el joven perrito de las praderas se atreve a salir por primera vez de su ciudad subterránea. A través del laberinto de oscuros pasadizos, debe ascender hasta la superficie, cuando al fin asoma la cabecita fuera del cráter, el intenso sol le ciega momentáneamente. Si siente miedo, éste dura unos pocos segundos, porque inmediatamente varios adultos se le acercan y le acarician para que se tranquilice. En los cráteres vecinos otros jóvenes saltan alegres invitándole a jugar, y a los pocos minutos, todos se persiguen por la hierba de la pradera o corretean alrededor de sus madrigueras. Cuando se aburren de retozar entre ellos, tratan de que los adultos se sumen a sus juegos.

Se divierten agarrándose a la cola de un adulto y dejándose arrastrar por la hierba sin soltarse o saltando sobre su dorso, para ser paseados a caballito. Lo curioso es que los adultos nunca se molestan con estos jóvenes insolentes y lo habitual es que acaben todos jugando, mientras gritan de placer.

Lunáticos muy especiales

Cuando tras lo juegos un joven siente hambre, no tiene necesidad de buscar a su madre verdadera, se aproxima a cualquier hembra adulta e intenta mamar, poco importa que sea su madre o una extraña, en la colonia de los perritos de la pradera, cuando un joven siente hambre y pide alimento, siempre habrá una hembra dispuesta a cuidarlo.

Al fin llega la noche, llena de peligros, y entre juego y juego, el joven puede estar muy lejos de su barrio, pero no es un problema, no tiene que volver a casa de su madre, entra en el túnel que tiene más cerca y se acuesta a dormir en la cama de una familia extraña, que lo recibe con cariño, como a su vez su madre acogerá a otros jóvenes.

Su vida social les ha permitido desarrollar un sistema de comunicación muy sofisticado, se relacionan por medio de diferentes vocalizaciones (hasta 11 distintas se han identificado) apoyadas por distintas posturas corporales.

Como especie social, las interacciones entre ellos son muy frecuentes, incluido el aseo mutuo, las caricias y los contactos bucales, el beso del perrito de las praderas consiste en el contacto de la boca abierta de un individuo con la del otro como señal de reconocimiento. El estrecho contacto comunicativo en la colonia les permite prevenir los ataques de sus depredadores.

Cuando un depredador entra en la colonia, el centinela emite un sonido similar a un silbido agudo y estridente, como la sirena de una ambulancia; esto indica al depredador que ya ha sido observado y a su vez alerta a otros perros de las praderas, provocando su rápida huida a sus madrigueras. En pocos segundos los miles de jóvenes y adultos que jugaban al aire libre, han desaparecido materialmente tragados por la tierra. Sus predadores naturales son el tejón, lince, zorro, coyote y las rapaces como buitres o halcones.

Su sistema de comunicación es tan evolucionado que la señal de alerta es diferente cuando la amenaza se yergue en el aire, como un halcón, emitiendo un silbido agudo y fuerte, o si se trata de un depredador terrestre como el coyote, un siseo corto y nasal. Y es que en tanto un ave de presa supone un peligro para la totalidad de la colonia, un depredador terrestre sólo lo es para los habitantes de los barrios próximos al depredador. Cuando cesa el peligro, estalla un griterío ensordecedor. Todos los perritos emergen a la vez del poblado subterráneo, se yerguen sobre sus patas posteriores y lanzan un chillido estridente de dos notas, una algarabía de colectiva alegría que vibra en el aire.

GRANDES AGRICULTORES

Con el fin de evitar que los zorros o los coyotes puedan acercarse a la colonia protegidos por las altas yerbas, los perritos crean alrededor de cada barrio un cinturón de vigilancia de unos 30 m de ancho, del que arrancan todos los arbustos donde pueda camuflarse un eventual depredador.

Si esto es sorprendente, más resulta saber que son capaces de cultivar las plantas que les resultan más apetitosas. Todas las plantas no comestibles las arrancan con raíz y las depositan alejadas de la colonia, de este modo, no compiten por los nutrientes del suelo con las plantas de alto valor nutritivo que emplean en su dieta.

IMPORTANCIA ECOLÓGICA

Más de 100 especies de vertebrados dependen de los perritos de las praderas, bien porque se benefician de la acción de estos sobre la naturaleza, bien porque se alimentan directamente de su caza. Sus colonias sirven de hábitat a otras especies de las praderas que utilizan sus agujeros abandonados para anidar y su supervivencia es esencial para la recuperación del hurón de pata negra, el mamífero en mayor peligro de extinción de América del norte.

Se estima que su población alcanzaba los 5.000 millones antes de la llegada de los europeos a América. Actualmente ocupa sólo el 2% del territorio en que se asentaba originalmente. Está considerado como especie amenazada por Canadá, Estados Unidos y México, los tres países donde se asienta su población, pero la única colonia no fragmentada y con una población saludable, se localiza en Chihuahua (México), en una extensión superior a las 40.000 hectáreas.